27 jul 2012

FOGATA


No perdamos lo que realmente importa

Me gustaba recordar aquellos veranos, en los que nos reuníamos un gran grupo de amigos para hacer excursiones por el monte. Pero no de esas excursiones pijas en las que se llevan mil tonterías y se le quita toda la gracia a la aventura. Era una excursión de verdad: con tiendas de campaña prácticamente rotas, con  enormes troncos de  madera para hacer una hoguera, con un agujero en la tierra a unos cuantos metros del campamento para hacer nuestras necesidades, e incluso con el peligro acechando en cualquier matorral. De esas que no importa que comas de bocata cuatro días seguidos o te olvides tu repelente anti-mosquitos. La gracia estaba en llegar después de una semana a tu casa oliendo de todo menos a jabón, con picaduras como heridas de guerra y con unos pelos... que iban a ser muy difíciles de desenredar. ¡Era genial! Las chicas no nos preocupábamos de que la ropa no fuese lo suficientemente bonita como para lucir delante de los chicos y ellos presumían (unos más que otros) de su barba de vagabundos. Ellos intentaban asustarnos con sus historias de miedo mientras nos calentábamos junto a la hoguera y luego se hacían los valientes cuando había que vigilar las campañas. Me gustaba recordar aquellos veranos y contárselos a mis hijas, para que, al menos, ellas conservasen una pequeña parte de todo aquello e intentasen revivirlo con sus amigos, para que así se salvase algo en este mundo tan cambiante. 

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