22 abr 2012

África

En la orilla de la playa estaba ella. Sus ojos color mar d largas pestañas observaban el horizonte y dejaban, sin ninguna vergüenza, escapar aquellas saladas lágrimas que no podrían retener por más tiempo. El viento movía su larga melena caoba, mientras el sol quemaba la piel ya bronceada. Poco a poco, la marea iba subiendo, al tiempo que el agua le refrescaba los pies. 

 África no se inmutaba del movimiento de la naturaleza, permanecía allí, de pie, alta y firme, como si nada pudiese con ella, aunque esto era la realidad aparente, ya que en su interior estaba rota, como aquellas pequeñas conchas que sin ninguna culpa se encuentran en la orilla de la playa, por donde es habitual pasear. Estaba totalmente sola. Se secó las lágrimas y cogió un poco de carrerilla para zambullirse en el agua.
 Estaba fría, muy fría, dio un par de brazadas y se volvió para mirar a la playa: En ese lugar había sentido hacia él desde odio hasta amor. Su rostro era serio, pero en su interior brilló una débil sonrisa, a la que siguió un sentimiento amargo y doloroso que le recordaba que él ya no estaba, que se había marchado.
 Desesperanzada continuó nadando mar adentro, con rapidez y fuerza, intentado alejarse de aquella playa y ahuyentar aquellos tristes pensamientos. 
 Ya agotada se dio cuenta de que él iba a seguir en su mente, que era inútil escapar de la realidad que le perseguiría a dónde quiera que fuese. Siempre le había querido y nunca dejaría de hacerlo.

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